12. EL HOYO
El rancho tenía bastas extensiones y animales de todo tipo. El territorio era una finca abundante llena de hierbas y árboles. Peter y Marian trabajaban en el rancho. Él era un pastor y un granjero sencillo, ella ama de casa y al mismo tiempo esposa de Peter, pastora y granjera que ayudaba en las labores de trabajo del rancho.
Hacía años ya que el hijo de ambos murió en la guerra, lo cierto es que se le dio por desaparecido dado que el cuerpo nunca fue encontrado. En su nombre Tony, hermano de Peter, le regaló a la pareja una bandera del País que tras ya un año ondeaba en el porche de la casa del rancho. Hoy era el aniversario de la fecha en la que el hijo de ambos desapareció en aquella guerra injusta creada para saquear los recursos del país vecino. Nunca nada más se supo, nunca más, pensaban ambos, nunca más se volverá a saber de él. Tenían razón. Con la ilusión perdida el dolor era latente. Al anochecer de aquel día, Peter volvía a casa, después de pastorear con las ovejas fue cuando se encontró a su esposa llorando en el porche...
- Cariño por mucho que llores nuestro hijo ya no volverá, él desapareció en la guerra, murió. - dijo Peter -
- ¡Cuánto me duele! - respondió ella.
Y entonces se abrazaron y mientras se abrazaban Marian sintió un dolor profundo, una queja, un lamento que no sería ya transformado en alegría más. Nadie le devolvería a aquel joven lleno de ilusión y amor por su país.
Llegó la mañana siguiente, Peter tomaba café y ella preparaba unas tostadas antes de que este saliera al campo.
- Cariño, aquí tienes el zurrón y esta bolsa para que lleves algo de comida para ti y para el perro -
- De acuerdo - Respondió él.
Partió hacia la zona del valle de la montaña con los animales. Mientras pastaban las ovejas ocurrió algo singular...el perro salió corriendo hacia un determinado lugar frondoso, Peter lo llamó pero el animal no hizo caso y el pastor se fue tras él. Lo encontró husmeando un animal que había matado en ese mismo momento.
Entonces, tras unos arbustos, al lado del perro, el pastor descubrió por pura casualidad un hoyo. Jamás lo había visto antes, era un hoyo profundo, lo supo porque la oscuridad dentro de él era total, tiró una piedra dentro, ni siquiera la escuchó caer en el fondo.
Regresó de nuevo a casa, tenía que contarle aquello a Marian. Ella preparaba la cena cuando él entraba a casa.
- ¡Hola Marian! Ya regresé -
- ¡Hola Peter! -
- ¿Sabes? Hoy me ha pasado algo singular. Jimbo se alejó del rebaño y mató un animal, entonces cuando fui tras él me lo encontré comiéndoselo. Lo asombroso es que al lado del perro de casualidad he descubierto un hoyo.
- ¿Un hoyo?
- Sí, además realmente profundo, tanto es así que tiré una piedra y no la escuché caer al fondo. Mañana volveré allí para saber cuanto de profundo es. -
- ¿Y para qué quieres saberlo? - Dijo ella.
- Porque necesito saber qué hay en el fondo. Si encontramos agua y se trata de un pozo podremos sacarla de allí y dársela a los animales o incluso beberla nosotros mismos.
Llegó la mañana siguiente, ella se quedó dando de comer a las gallinas y él partió con el rebaño y el perro. Llegaron de nuevo al lugar donde estaba el hoyo. Amarró con fuerza la cuerda que tenía a un árbol y por ella empezó a descender entre la oscuridad con la luz de una linterna que daba brillo a aquel insoportable color negro.
- ¿Qué habrá allí abajo? – Pensó.
Cuando mucho había descendido ya de repente la cuerda se soltó y cayó unos metros dentro del agua. Pero la sorpresa fue aún más mayúscula cuando se percató tras observar la cuerda que esta no se había desgarrado sino que la habían cortado a ras.
Entonces sintió un escalofrío, nadie sabía de la existencia de este hoyo, salvo su mujer, pero su mujer no sabía el lugar exacto en el que estaba.
- Entonces Peter gritó desesperado: ¡Sacadme de aquí, sacadme de aquí por favor!
La respuesta fue el silencio más absoluto.
Iluminó con la linterna de su casco una pequeña parcela del fondo y su susto fue aún mayor porque allí, al lado suyo ¡Había un cadáver!. Fue tras el susto cuando descubrió que en el fondo del hoyo yacía su hijo. Lo supo por la vestimenta militar que vestía el cuerpo
- ¡Es él sin duda es él! pero ¿Cómo es posible que esté aquí si desapareció en la guerra? – Pensó.
Avanzó de entre las aguas hacia el cuerpo y descubrió como en la muñeca del cadáver colgaba una pulsera, no era él... era su hermano, el hermano de Peter, su pulsera y sus rasgos faciales, aquel valiente y orgulloso patriota que le regaló la bandera que ahora colgaba en el porche de la casa.
Estaba asustadísimo... pero si su mujer no sabía el emplazamiento del hoyo ¿Quién podría haberle cortado la cuerda?
No pasó mucho tiempo cuando desde lo alto la bandera del porche le cayó encima... entonces supo que era ella... aquella loca esposa clamaba ahora su venganza queriéndole dejar morir en el hoyo.
Pasaron los minutos... sollozó y comenzó a pensar lo que realmente pasó. No habían encontrado el hoyo de casualidad sino que fue la propia mujer, la que ya sabiendo de la existencia del mismo, le había tendido una trampa poniendo a un animal muerto cerca del hoyo para que el perro lo oliera en la distancia y se acercara, entonces él iría tras el perro y así descubriría el hoyo al cual bajaría para averiguar si tenía agua.
- ¿Pero porqué matar a mi hermano? ¿Porqué vestirlo con la ropa de nuestro hijo? - Pensó Peter.
Muy sencillo.
- ¡Fuimos él y yo!- sollozó
Él y yo fuimos los que mandamos a mi hijo a esta guerra para adueñarnos de las materias primas de otro país y así fue a luchar aún estando su madre en contra...
¿Y yo?
Ahora sé que yo soy también un cadáver y moriré aquí sin poder salir... sacrifiqué a mi hijo en una guerra injusta y debo pagar por mis pecados en la más absoluta de las tristezas y oscuridades.
13. ÚLTIMAS HORAS EN PÈRE-LACHAISE
El viajero
Me llamo Miguel Pérez Sánchez y no sé por qué me gusta pasear por el cementerio, quizás me atrae ese aire tranquilo que tiene mezcla de vida y de muerte, sí digo bien, mezcla de vida también porque un cementerio también es mezcla de vida. Allí los más majestuosos árboles y los gatos salvajes más hermosos campan a sus anchas haciendo compañía a elegantes cuervos y otros pájaros, incluso durante el día, puedes ver a gente leyendo y paseando entre bellas tumbas, esculturas y panteones antiguos ya comidos por una vegetación frondosa.
Soy de nacimiento español y de corazón también soy verato, pero aún así no escatimo en gastos y siempre que puedo me escapo para estar unas horas allí a lo largo de estos viajes que tanto me gustan hacer a la Ciudad - Luz.
Lo que os contaré a continuación es una auténtica locura, lo sé, una fantasía soñada que recuerdo con terror, una fantasía que me ha ocurrido y que afortunadamente no ha acabado en desgracia.
El caso, es que como algunos de vosotros sabréis, cuando más me gusta pasear por el cementerio es en otoño cuando todo está lleno de hojas y de colores nunca vistos en otras estaciones del año. Ese aire legendario y bello propio de la época dota entonces al cementerio de un aura tal vez más oscura, sí, pero al mismo tiempo muchísimo más bella. Entonces hay menos gente y puedes pasear en soledad por el mismo.
No eran más de las seis y media de la tarde cuando estaba tumbado en la habitación del hotel que elegí para este último viaje. Había elegido un hotel cercano al cementerio. Me había levantado temprano para ver otros lugares de la ciudad y estaba verdaderamente cansado, aún así me calcé, tomé el ascensor, salí por la puerta del hotel bellamente decorada y encaminé mis pasos al campo santo. En diez minutos estaba ya en la entrada, desde allí, caminé cementerio adentro para ver en lo que restaba de día lo que me diera tiempo a ver.
Al ser otoño, y por tanto fuera de temporada turística alta, día de diario y con una hora próxima al cierre el cementerio lucía verdaderamente solitario y a mis ojos más emocionante. Me hubiera gustado que Carmen, mi mujer, se viniera pero ¿Ella? Ella nunca fue de recorrer cementerios.
Como otras veces había hecho un recorrido más enfocado a tumbas de famosos, esta vez opté por perderme unos momentos por aquel enorme laberinto para ver otros rincones menos conocidos. Bien sabéis vosotros, si habéis estado allí, que es un lugar verdaderamente grande y sumamente laberíntico que por más que se visite lo más seguro es que os perdáis en sus calles en más de una ocasión.
Majestuosas visiones se aparecían ante mí y tan maravillado estaba y tan absorto en mi tranquilo paseo por este otro Pére - Lachaise que no había visitado antes... que perdí la noción del tiempo. Miré mi reloj de pulsera, el cementerio ya estaba próximo al cierre. ¡Dios mío! – pensé - estoy a diez minutos de que me cierren y lo que es peor ¿Cómo encuentro ahora la salida? Apresuré el paso para salir de la pequeña callejuela en la que me encontraba a alguna calle principal del cementerio donde seguro me guiaría para poder salir de allí. No me iba a dar tiempo y no sé en qué parte del cementerio estaba, ante la angustia comencé a correr ¿Y entonces? Entonces es cuando me sobrevino la desgracia.
El suelo de la calle por la que corría estaba ya empapado por la lluvia, resbalé, me tropecé y mi cabeza fue a parar dando un fuerte golpe contra una lápida. No recuerdo el tiempo que pasó hasta que recobré de nuevo el conocimiento. Abrí los ojos pero si os digo la verdad, cuando los abrí, nada más que vi oscuridad... me quería morir, tomé conciencia de la situación. Ahora estaba encerrado en aquel cementerio sólo y de noche... una verdadera sensación de nerviosismo mezclado con angustia se apoderó de mí y me quedé como paralizado por mis propios pensamientos. Me llevé una de mis manos a la cabeza, en ella la sangre había brotado y ahora era sangre seca que se mezclaba con mi pelo. El bello Pére - Lachaise ahora permanecía en penumbras y era casi todo oscuridad. Sentí verdadero miedo, el cementerio era ahora como una trampa angustiosa...
Tranquilo -me dije en voz alta- tranquilo. Me levanté como pude y con el reflejo de la luna pude ver la hora en mi reloj. ¡Son las tres y media de la madrugada! sin pensarlo dos veces eché a caminar rápido pero esta vez seguro. Me dolía la cabeza por el golpe, el silencio era abrumador, la visiones de siluetas de las tumbas y panteones era desoladora e inquietante, lo único que escuchaba mientras caminaba entre tumbas y oscuridades era mi propia respiración mientras me repetía... tengo que encontrar una salida, tengo que encontrar una salida, no puedo quedarme aquí... no puedo detallaros con exactitud la angustia que sentía dentro de mí porque si ya es fácil perderse en Pére-Lachaise durante el día, como bien os digo, imaginad por la noche. Ni sé las vueltas que di, ni sé el tiempo que pasó, ni si andaba en círculos, ni si yo podría salir de allí. Mi mente estaba ya tan desquiciada por la situación que pensé que tendría que dormir entre aquellas tumbas, de día preciosas, de noche una auténtica pesadilla.
Entonces como quien no quiere la cosa tuve un verdadero golpe de suerte. Esta vez encendí la luz de reloj para mirar de nuevo la hora, cuando la tumba de Chopin se apareció igualmente terrorífica ante mí. No me sentí reconfortado por aquella visión, pero supe al momento que la tumba de Chopin podría ser mi salida de aquella situación tan indeseable en la que me volví a sentir desconcertado. De mis otras visitas al cementerio traté de sacar las fuerzas suficientes para pensar con claridad y lo conseguí. Reconocí gracias a la tumba del pianista en qué lugar del cementerio me encontraba. Sin dejar de sentir agobio y sin querer mirar a mis espaldas conseguí llegar, a duras penas, a uno de los muros exteriores. A mi angustia, imaginad vosotros que me leéis, había que sumar el sueño, el dolor de cabeza y el cansancio del día anterior. Fue terrorífico y tan apresurado iba y tan obcecado por encontrar la salida que cuando llegué a la misma aunque no sentí el agobio incesante de estar en el interior del lugar sí es verdad que vino a mí una sensación de ligero, y digo bien, ligero alivio. Por fin vi la luz de las farolas de la calle exterior y la salida a través de una valla.
Comencé a dar voces todo lo que pude pero a esas horas nadie contestaba, la fría calle estaba completamente solitaria pero no cejé en mi empeño y comencé a gritar de nuevo y de nuevo el silencio. Tuve tanto miedo que ni siquiera se me pasó por la cabeza adentrarme otra vez aunque solo fuera un poco dentro del cementerio, tratar de arrancar algunas ramas de árboles y apoyarme en ellas para tratar de saltar la valla o al menos tratar de buscar algún muro exterior de menos altura para poder saltarlo con la ayuda del ramaje que había dentro. Eso es fácil pensarlo ahora claro, pero cuando uno se encuentra en una situación así no es capaz de ver todas las posibilidades.
A esta confusión de pensamientos acompañados por el cansancio y el frío decidí que descansaría en la puerta de aquella valla cara a la calle con la esperanza de que alguien pasara y me viera. Al fin y al cabo, aquella luz artificial de la calle exterior me proporcionaba algo de tranquilidad. Me acurruqué como pude pegado a aquella valla exterior y me quedé dormido. No era evidentemente un sueño profundo, el mismo frío y la incomodidad del suelo me despertaban a ratos y entonces en uno de estos duermevelas comencé a soñar. Terribles sueños, horribles pesadillas donde caminaba por el cementerio igualmente de noche y donde espectros de la más baja calaña se me aparecían ¿Y así? Así hasta que quedé dormido más profundamente. Horrible, fue horrible, porque en mis sueños ni siquiera podía salir del interior ni encontraba salida alguna.
Dormite, nuevamente sin saber el tiempo en el cual lo hice, cuando de repente la claridad del amanecer me despertó. Comencé a gritar con fuerzas nuevamente y a pleno pulmón, alguien que paseaba por la calle se acercó sorprendido al verme allí empapado por el rocío de la mañana y en aquella situación. Comenzó a hablarme, ni siquiera sabía lo que decía, pero supe que lo que usaba era la lengua francesa.
-¿Habla español? ¿Speak english? (Habla inglés) y en inglés me respondió: Yes, a little, es decir - Sí, un poco.
Le expliqué como pude los detalles básicos de lo ocurrido a lo que asintió con un movimiento de cabeza que me hizo ver con claridad que había comprendido mi mensaje. Saldría de allí, sin duda ya iba a salir de allí porque desde el otro lado de la valla vi alejarse al viandante unos pasos y llamar con su teléfono móvil.
Como media hora pasó hasta que vino la policía que a su vez debieron comunicarse con los empleados del cementerio para sacarme más pronto que tarde. La angustiosa noche había pasado, y la claridad del día y el encuentro con el viandante me proporcionaron la tranquilidad suficiente como para saber que aquello estaba a punto de terminar. Tras el coche de policía un guardia llegó al lugar y me abrió la puerta, le señalé mi cabeza, la herida no era escandalosa en cuanto a sangre pero sí llevaba consigo un golpe contundente. Nuevamente en inglés me comuniqué con uno de los dos policías para explicarles la situación, les comenté lo ocurrido y además les advertí que estaba alojado en un hotel a unos cuantos metros del cementerio. Vieron mi herida y dijeron que debería ir a un hospital. Sin pensarlo dos veces les dije que me encontraba bien, que lo que quería mayoritariamente era ir a recoger mis pertenencias al hotel y de allí acudiría a un centro médico. Así lo hice, caminé de regreso al hotel, abrí la puerta del cuarto lentamente y tras coger mis cosas acudí a un centro médico de la ciudad.
Ya, en aquel lugar, me hicieron distintas pruebas y me vendaron la cabeza. Aquello había sido un fuerte golpe pero nada más, al menos así parecía en principio. Me dieron la copia de un parte médico y tras ver que fue más el susto que otra cosa decidí volar de nuevo a Madrid por la tarde para allí poder mirarme con mayor detenimiento. Había perdido el vuelo de la mañana. Poca cosa os puedo contar más al respecto de esta historia, salvo que en Madrid y tras diversas pruebas en un hospital, me dijeron que todo lo acontecido no era más que un susto y que afortunadamente se había quedado en eso. Por fin respiré tranquilo. Gracias a Dios todo había acabado.
El guarda
Subí la persiana. El día amaneció lluvioso, ventoso y frío, era un día como otro cualquiera, me refiero de rutinario, un martes otoñal de estos que se miran por la ventana con más pena que gloria. Preparé un café con el fin de despertar de mi sueño y me eché un poco de agua en la cara. Vi el uniforme desde la cama y dentro del armario y pensé para mis adentros ...menudo día me espera. Sin mayores pensamientos me puse el uniforme, 20 años de guarda son muchos trabajando en el lugar más aburrido del mundo – pensé-
Me apreté mis zapatos, me puse la corbata y la gabardina y acudí como hacía día tras día a mi puesto de trabajo.
Nada nuevo sucedería hoy, nada nuevo y apreté los dientes con resignación. Era por la mañana temprano, demasiado temprano aunque estaba acostumbrado a madrugar. Me gusta ir paseando tranquilo al cementerio mientras no hay gente por la calle principal, al menos en esos momentos me siento un poco libre antes de entrar a donde siempre. Doblé la esquina que daba a la calle de entrada mientras sacaba del bolsillo la llave de apertura de la puerta principal del cementerio. Como un autómata la abrí, como siempre sin nadie a alrededor, y tomé el camino a la garita situada en la parte este del camposanto. De nuevo otro proceso rutinario, abrir la garita, encender los ordenadores y revisar los últimos minutos de las cintas de vídeo, las que graban durante la noche el cementerio, al menos los muros exteriores, la salida y la entrada principal ¿Y entonces? Entonces lo de siempre, nada nuevo ni ningún tipo de percance. Sin más, taché con una x el informe del día para rellenarlo. Abrí desde la garita la entrada que es una puerta automática y tomé el periódico para leer un rato mientras llegaban los primeros visitantes.
Como a eso de las ocho de la mañana tomé la gabardina, agarré de nuevo las llaves y me dispuse a hacer mi ronda diaria por el campo santo. Me gusta jugar con mi juego de llaves a las que doy vueltas en la mano mientras silbo y hago camino por las calles hasta que el cementerio se llena un poco de gente... esos suertudos visitantes que me preguntan por las tumbas y las calles y que reposan o visitan el cementerio que a sus ojos es algo nuevo, curioso y emocionante. Eso sí que es suerte. Mucho tiempo ha pasado desde que yo entrara por primera vez a este lugar...
El caso es que la rutina de aquel día que pasaba ahora desapareció por completo y tornaba en un suceso verdaderamente curioso. Un barrendero del cementerio se me acercaba a toda velocidad mientras me gritaba, ¡ven, ven, ven! ¡Hay alguien tirado en el suelo de la calle! Bueno, es cierto que no todo es rutina en mi trabajo, siempre hay quien se tuerce un pie, se cae, se tropieza en unas escaleras o se resbala, así que de algún modo pensé bueno, no será para tanto. Pero sí, sí era para tanto. Llegué al recodo de una de las calles secundarias, un hombre yacía boca abajo tendido en el suelo, tenía un reguero de sangre en la cabeza. Realmente me puse nervioso, jamás me había pasado algo parecido y la postura era completamente extraña a mis ojos más acostumbrados a ver alguna cojera o algún rasguño sin mayor importancia. Recordé un curso de primeros auxilios que di en mi juventud en la autoescuela, traté de no manipular a aquel hombre ni de mover el cuerpo. Sencillamente me acerqué para comprobar el pulso en una de sus muñecas. No pude captar nada, ante lo peor que podía haber pasado llamé a los servicios sanitarios de urgencia que vinieron con la policía científica que tras examinar el lugar se llevaron el cuerpo y no supe más del asunto.
Un poco impactado por todo lo acontecido seguí con mi paseo matutino mientras el cementerio se llenaba levemente y poco a poco.
El forense
Pocos días me quedan ya para jubilarme y mi hijo me pregunta si realmente yo quiero hacerlo, claro que no quiero, aunque resulte extraño a los ojos de cualquier persona me gusta mi trabajo, me entretiene, me distrae del aburrimiento y me gusta ayudar a resolver los secretos que guardan los cadáveres.
A veces algún amigo sí me preguntó qué sentía al ver un cadáver, lo cierto es que nada en especial. Son como bombillas que llevan el vacío dentro, como un bocadillo al cual le hubieran quitado la parte esencial de dentro que guardaba su verdadero sabor o como un casco de astronauta que se exhibiera en un museo y que no lleva dentro al propio astronauta. Y no es que sea yo una persona poco espiritual ni nada de estas cosas, sencillamente es como yo lo veo. Pero... volvamos al trabajo que un nuevo cuerpo me espera.
Abro la cámara y miro la etiqueta que lleva el cuerpo desnudo; Miguel Pérez Sánchez, varón 68 años, muerte violenta. Me dispongo a examinar el cadáver, primero miro algunos puntos vitales y finalmente mi mirada se posa en la cabeza donde observo un reguero de sangre seca mezclada con el pelo. Entonces me dirijo a la mesa y abro el informe que me brinda en papel la policía científica y comienzo a leer:
Estimado señor Robert Bélanger Hinault:
Remitimos el informe relativo al cuerpo sin vida de Don Miguel Pérez Sánchez, español, varón de 68 años. Cuerpo encontrado a las ocho y media de la mañana del 2 de octubre de 2012 en la calle Berthollé del cementerio de Pére- Lachaise. La cabeza presenta un fuerte golpe con un reguero de sangre. El cadáver llevaba consigo un bolso y dentro del mismo; un DNI español que se corresponde con la víctima, las llaves del cuarto número 36 b del hotel De L´Horloge, una cartera con 70 euros, una fotografía de su hijo y su mujer y en la muñeca un reloj de pulsera. Estimamos un posible resbalón del sujeto cuya cabeza ha ido a parar contra una lápida de la mencionada calle, lápida en la que se ha encontrado también un poco de sangre del mismo sujeto. Cuerpo encontrado a primera hora de la mañana tras la apertura del cementerio por un barrendero del mismo, Gérard Moreau Mercier. El reloj presenta la curiosidad de que se carga por el movimiento del individuo, cuando llegamos examinamos entre los distintos objetos dicho reloj que quedó parado en torno a las nueve y veinticinco de la noche del día anterior. Estimamos la parada del corazón del individuo en cuestión en torno a las ocho y veinticinco de la tarde dado que una vez parado el individuo, el reloj continuó con seguridad funcionando debido a la carga de la batería. Se estima esta carga adicional una vez parado el sujeto en torno a una hora por el tipo del reloj y la marca concreta. A través de los datos que nos proporciona el hotel De L´Horloge en el cual se hallaba hospedado el sujeto así como por el DNI, hemos podido contactar con su hijo que nos proporciona más información sobre el individuo. Hombre viudo, mujer muerta por causas naturales propias del envejecimiento hace seis años. Según el propio hijo el sujeto se encontraba solo de vacaciones en París y había venido a pasar unos días a la ciudad por puro turismo cultural. Conforme al registro examinado y proporcionado por el hotel comprobamos que el individuo había alquilado solo la habitación 36 b del mismo. Sin más, quedamos a la espera de su informe final que nos ha de remitir a la siguiente dirección de correo electrónico: andrétoussaint@gmail.com
Un saludo, André Toussaint, departamento administrativo de la policía científica de París. Rue Jean de la Fontaine, 8.
Tras leer el informe me dispongo a practicarle una radiografía al cadáver y otras pruebas pertinentes. En efecto, el cadáver presenta una rotura cráneo y comienzo a redactar el informe:
Estimado André Toussaint:
Respecto a Miguel Pérez Sánchez con DNI español 41036397-K comunico la causa de la muerte: Traumatismo cráneo encefálico severo, rotura de la parte lateral del cráneo que ha llevado al individuo en cuestión a un paro cardiaco que acabó con su vida. No se observan otros signos de violencia ni heridas en ninguna otra parte del cuerpo”
Reciba un cordial saludo, Robert Bélanger Hinault.
Termino de redactar el informe, lo envió y ya es hora de comer. Salgo del edificio en el que trabajo y me dirijo a un restaurante que se encuentra en la misma calle.
Mientras como en soledad comienzo a pensar en el suceso de este último cadáver, tal vez no somos tan diferentes, nuestras edades son prácticamente las mismas y a ambos se nos ha muerto la mujer hace años y comienzo a pensar qué frágil es realmente la vida que hasta un mismo resbalón puede acabar con ella. Qué hermosa y por contraposición a veces qué dura es y mientras tanto mi mujer... ¿Acaso me estará esperando en algún lugar para cuando muera? Yo diría que sí, yo sí creo en que algo ha de haber tras la muerte pero hasta que llegue el momento habrá que esperar con paciencia.
En fin, la vida, tan frágil, tan dura pero al mismo tiempo tan hermosa, tan indeseable a veces, tan deseable otras, tan real como propia de un sueño otras muchas ¡Oh sí ... qué bellos versos los de Calderón de la Barca!
¿Qué es la vida?
Una ilusión, una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.”
Pero... ¿Porqué no escribió lo mismo para la muerte? ¿Porqué no cambiar en el poema la palabra vida por la palabra muerte? ¿Acaso no es también la muerte una ficción y los sueños de los fantasmas y de los espíritus sueños son? ¿Qué le habrá acontecido a Miguel Pérez tras morir la noche del 1 de octubre?
Nuevamente tras comer camino de regreso a mi lugar de trabajo mientras pienso en mi mujer y me digo a mí mismo... no lo sé, y hasta entonces... hasta entonces habrá que esperar.
Habrá que esperar me digo a mí mismo mientras bajo las escaleras que conducen al sótano y otro informe y otro cuerpo me esperan...
Aclaración y parte final
Miguel Pérez Sánchez murió a las 8: 25 del día 1 de octubre fruto de un resbalón a través del cual dio con su cabeza en una lápida del cementerio Pere - Lachaise. Todo lo que él cuenta que acontece de la madrugada del día 2 de octubre hasta las visitas al hospital madrileño no son más que los sueños del difunto. El fantasma del muerto jamás se encontró con la tumba de Chopin, jamás durmió al lado de la valla exterior ni cogió un vuelo a Madrid. El espíritu del muerto realmente estaba soñando cuando en realidad quedó atrapado en el interior del cementerio parisino. Es por este motivo por el cual ninguna presencia física es captada por las cámaras del vigilante que grababan los exteriores del cementerio. El cuerpo de Miguel Pérez Sánchez permaneció desde el momento del golpe contra la lápida al lado de la misma, es decir, en el interior del cementerio hasta que fue encontrado por la mañana y fue a parar a la sala de autopsias. En una tercera parte el forense viene a decirnos, a través de la interpretación propia del poema de Calderón de la Barca, que si realmente la vida es sueño ¿Por qué la muerte no puede ser también un sueño? es decir si los vivos tienen sueños ¿Por qué los muertos no pueden tener sueños también?
14. DOS MANERAS DE MIRAR UN CUADRO
Si hay algo que me gusta más que nada en este mundo es la juventud, esa alegría inmensa que tiene intrínseca... además era primavera y la temperatura acompañaba. Un domingo precioso por la tarde, con sol, sin trabajo, sin presiones y haciendo cola para entrar en uno de mis museos favoritos, el museo del Prado. Sinceramente, no podía haber nada mejor y por unos instantes me sentí libre, descansado y feliz.
Abandoné estos pensamientos mientras me llegaba el turno de acceso, tras la puerta de control accedí al museo…. perfectos cuadros y obras maestras se presentaban ante mí arrancándole a mi alma una exclamación de asombro... Velázquez, el Greco, una exposición temporal de Picasso o incluso Rubens.
No sé la cantidad de tiempo en el cual permanecí en el interior del museo, solo sé que me encontraba distraído, contento y un tanto cansado, a pesar de mi juventud, después de haberme pateado casi todo el museo y el jardín botánico de Madrid.
Total, que me senté para luego continuar con la visita ya en la planta superior y así poder dirigirme a la locura más absoluta. Avance y ante mí ahora se erguían las pinturas negras de Goya, ese genio loco pensé para mí mismo. Una vez en la planta de arriba admiré cada una de las obras de arte con emoción hasta que la expresión de una cara pintada majestuosamente en uno de los cuadros llamó mi atención.
Me paré frente al cuadro, miré la cara y esos ojos tristes que tenía... entonces me quedé vacío de pensamientos, por unos momentos solo estaba su mirada, su expresión y yo. Es como si hubieran desaparecido los pasos y conversaciones de los visitantes, los vigilantes y cualquier persona a mi alrededor… nuevamente sin saber cuanto tiempo exacto pasó volví a la realidad y de repente todo volvió otra vez a su sitio. Me había quedado absorto contemplando esa mirada profunda que había representado Goya en el cuadro mucho tiempo ha.
Cuando me dispuse a caminar para ver otra obra, justo antes de dejar de mirar el cuadro al que hago alusión, la alegría torno en tristeza y apatía y comencé a pensar en mis desventuras y tristezas y me sentí frío y apagado. Fue entonces cuando el cuadro se desprendió de la pared sin que nadie lo tocara y comencé a sentir mi cuerpo más pesado. Atribuí la caída del cuadro a una mala colocación del mismo y la pesadez de mi cuerpo al cansancio del recorrido ya andado.
Todo torno en algo más sorprendente aún, que hizo que me quedara con la boca abierta y entonces comencé a vislumbrar asustado que algo pasaba, algo verdaderamente raro. De la misma sala donde estaba este cuadro de Goya, empezaron a caerse de las paredes los demás cuadros y mi cuerpo cada vez se hacía más pesado. Salí corriendo como pude de la sala asustado para ir a parar a la sala contigua donde al mismo tiempo muchos de los cuadros expuestos permanecían sobre el suelo también. Fue entonces cuando sonó la alarma del museo y una vigilante nos ordenó a mí y a los visitantes que estaban conmigo a que saliéramos fuera... las piernas me seguían pesando muchísimo y apenas podía mantenerme en pie.
Un terremoto pensé, sin embargo, lo descarté al instante por no haber sentido ningún temblor, aquello no era un terremoto y mientras nos dirigíamos hacia la salida empecé a sentir mi cuerpo todavía más pesado y hasta tal punto es así que me empezaron a temblar las piernas.
Salí afuera como pude, el radiante sol ahora había desaparecido tras una tormenta en la que caían aguas y rayos de un cielo completamente oscurecido. La visión era dantesca, la gente que había salido del museo o que sencillamente estaban paseando por las afueras del mismo estaba tirada en el suelo, algunos que estaban vivos tenían la misma expresión que la mirada del cuadro, otros estaban muertos y con miembros amputados. Al tiempo que esto ocurría, mis piernas me volvían a temblar y mi cuerpo prácticamente no reaccionaba.
Mi primer impulso fue el de ayudar y cuando traté de levantar a una mujer que yacía como bien digo en el suelo caí al mismo yo también sin fuerzas para poder levantarme. No era mi cansancio, no era yo el culpable de mi caída, es que realmente la gravedad nos impulsaba a todos hacia la tierra, la misma gravedad ahora mucho más elevada de lo normal me pegaba a la tierra y al mismo infierno, comprendí al instante que esta gravedad que me empujaba contra el suelo era la misma que había hecho caer los cuadros.
Los que permanecían vivos estaban igual que yo tratando de ponerse en pie sin conseguirlo. Empapado por la lluvia y con el alma encogida por la visión de la mirada plasmada en el cuadro de Goya y en la expresión de algunas de las personas que aún vivían miré a las nubes que se alejaban de nosotros y a un cielo que parecía alejarse y despedirse también a cada segundo de cada uno de los que allí estábamos. Una grieta partió parte del suelo en dos, y en el interior de la grieta pude ver lava ¿Acaso iba a morir allí? Me acordé del cuadro del Bosco y su infierno y entonces sentí una pena en el corazón grandísima de nuevo... como si se me quemara por dentro ¿Comprendéis? ¿Y entonces? Entonces desperté...
Asustado por aquella terrible pesadilla terminé de reaccionar y darme cuenta de que todo había sido el peor de los sueños, sin embargo, la visión de esa mirada del cuadro de Goya que había visto en mi juventud y ahora de nuevo en la pesadilla hizo que mi alma tornara a apagarse de nuevo, y la juventud que gastaba en mi sueño tornó ya si en la realidad de mi cara de anciano reflejada en el espejo que había en los pies de la cama.
Sí, pensé para mí mismo, mucho tiempo ha pasado desde que yo visitara el Prado por primera vez y viera con alegría esas obras, ahora sé que significan realmente, ahora sé que si yo viví los horrores de la Segunda Guerra Mundial un año después de mi visita juvenil al Prado, Goya también vivió los horrores de la guerra de su época, ahora a diferencia de antaño bien sé qué significan en su total plenitud esas pinturas y lo horrores que en ellas se plasmaron. Oh sí, el plasmó en aquella mirada el horror y la tristeza insondable de la guerra.
Si hay algo que para mí es lo más parecido al infierno es sentirme frio como el hielo, sentado en una silla de ruedas dentro de un psiquiátrico. Oh sí, todavía recuerdo la metralla clavándose en mis piernas y dejándome tullido ya para siempre. ¿Mañana? Mañana nos sacarán temporalmente de aquí para visitar con un permiso especial el Prado. Oh sí, volveré a ver aquella obra que vi en mi juventud...
Y mientras pensaba en aquello sentí que no quería volver allí para enfrentarme a aquella cara y entonces una angustia se apoderó de mí... Era un dolor, un desanimo, una aflicción, un corazón pesado como el hierro atraído no al cielo sino a la misma tierra y de ahí al infierno. No era volver a ver la obra bajo la alegría de mi juventud antes de combatir en la guerra y volverme loco. Mi mundo había cambiado y la visión mental de aquellos ojos y aquella cara se transformó ahora en un estado apático, un estado desordenado de mi alma y finalmente un abatimiento terrible a mi corazón.
¿Y entonces? Entonces comencé a chillar, a gritar a pleno pulmón desde mi maldita cama mientras vi como venían hacia mí a toda prisa dos enfermeros.... ¡¡Nooooo, noooo, no me hagan ver su mirada de nuevo!! ¡¡No quiero volver a la guerra, no quiero volver a la guerra nunca más!!
15. EL ABUELO NICANOR
El apacible abuelo Nicanor ha perdido la paciencia, se le ha muerto la mujer. Ella calmaba su ira, era algo así como una especie de bálsamo relajante que le alegraba la vida y que hacía que olvidara su mala leche. Pero muerta su mujer, el abuelo Nicanor se enfada con todo el mundo y siempre está de mal humor, todo parece irritarle. Pero si hay algo que le cabrea, si hay algo que le molesta más que ninguna otra cosa en el mundo es lo irrespetuosos que se han vuelto los más jóvenes de hoy en día con la tercera edad. Sencillamente esto ni lo soporta ni lo tolera.
Sin ir más lejos, el otro día, el abuelo Nicanor estaba guardando cola en una tienda de frutos secos cuando una pandilla de jóvenes que bebían unas litronas se han colado adrede delante suya y se han reído de él. Tras darles una charla, ha cogido su garrota y se ha liado a garrotazos con todos ellos, pero está ya muy mayor y no le ha hecho daño a ninguno porque no tiene fuerza y los jóvenes se reían aún más. Total que se fue a casa a descansar, diciendo tacos en voz baja y hablando para el cuello de su camisa.
Ha pasado una semana y llega de nuevo el sábado y el abuelo Nicanor sale a dar un paseo con su garrota como hace siempre, entra en la misma tienda de frutos secos donde aquellos gamberros vuelven a colarse y a reírse de él y vuelve otra vez a casa farfullando y maldiciendo, pero eso sí, la siguiente vez no será igual.
Ha vuelto a la plaza donde está la tienda de los frutos secos y los chavales que están allí fumando van a su encuentro para acosarle una vez más. Prácticamente se podría decir que para divertirse. Cada vez que le ven acuden a él para que se líe a bastonazos, esos bastonazos que no hacen daño a nadie pero que dan mucha risa. Pero esta vez el abuelo Nicanor esconde un as en la manga. Y no lleva absolutamente nada encima nos os penséis, ha salido con lo de siempre; con su abrigo, su bastón, la documentación y el poco dinero que tiene en la cartera para comprar unas pipas. En definitiva, no tiene nada con lo que defenderse de aquella panda de mal nacidos. Entonces uno de los gamberros se le ha acerca y le dice:
-¿Qué pasa abuelo, que también trae hoy ganas de marcha? ¿Es que no ha tenido suficiente? ¿Se va a liar a garrotazos con nosotros otra vez?
Entonces coge con fuerza su garrota y se produce la sorpresa y la desgracia. Ha apretado un botón que está situado en el mango de la garrota, este botón a activado un muelle que actúa como resorte y un afilado cuchillo sale de la punta de la garrota como si fuera una navaja automática. De hecho ha transformado su garrota en eso, en una navaja automática de gran tamaño y de cuchilla larga y afilada como el sable de Sandokan. Al grito de - ¡Qué me lleven los demonios! - y ante la sorpresa atónita de aquella panda de satanes se ha liado a cuchilladas y ha conseguido clavar certeramente en el corazón o cerca de él la garrota-navaja a dos de ellos. El resto de la pandilla ha salido huyendo asustados como han podido y han llamado a la policía.
El resultado final de esta historia es claro, contundente y sorprendente. Han muerto los dos jóvenes a los que consiguió dar alcance y el abuelo Nicanor ha caído entre rejas. Como pruebas principales que le incriminan en los asesinatos están un abrigo lleno de salpicaduras de sangre y la sorprendente garrota – navaja automática. Pasará por tanto el resto de su vida a la sombra.
En cuanto al resto de la pandilla el suceso les ha cambiado la vida. Las pruebas incriminatorias por su lado han seguido distintos caminos. El abrigo, después de ser analizado por el instituto forense y tras haber sido resuelto el caso ha acabado en la basura, pero la garrota – navaja ha sido mandada desde Madrid al museo del crimen de Florencia, donde permanece hoy día expuesta. En la parte de debajo de la vitrina los empleados del museo han dibujado como funciona por dentro el ingenioso artefacto y aún más abajo han escrito una leyenda: “La garrota – navaja del abuelo Nicanor, el arma más poderosa del mundo, porque más vale maña, sorpresa y precisión que fuerza bruta, descaro y poca inteligencia”.
16. ¿SÓLO?
El primer día
Lucía se fue con unas amigas de viaje, yo había decidido quedarme durante mis días de vacaciones en casa y descansar a solas. Era verano, Madrid estaba completamente vacío y ardía de calor. La gente, al igual que mi pareja Lucía, estaba de vacaciones. Es como si la ciudad en esta época se transformara, como si el campo fuera la ciudad y la ciudad el campo. Donde los pueblos estaban a rebosar de visitantes las calles de Madrid quedaban desiertas, como desiertas quedan cuando hay algún partido de fútbol importante, algo así.
El primer día a solas me levanté en torno a las 10 de la mañana, me duché, me vestí y bajé al bar de abajo. El bar estaba vacío de clientes, pero eso era normal por la hora, sin embargo, estaba abierto, tenía la máquina tragaperras encendida pero el camarero no estaba dentro. Decidí esperar a Emilio, el camarero, unos minutos pero no le vi. Al final cogí unas pocas porras y dejé el dinero que valían detrás del mostrador como ya había hecho alguna que otra vez. Estaría en el almacén…
- ¡Ahí te dejo el dinero Emilio! Le grité.
Subí a casa, desayuné el café con las porras y me puse a hacer las tareas del hogar y la comida para luego. Comí, me eché la siesta y luego, durante la tarde, estuve leyendo un poco. Así llegó la noche cuando llamé a Lucía al móvil a eso de las 10 y no contestó, imaginé que estaría dormida, luego llamé a mi madre al pueblo, tampoco contestaba, la cobertura de los móviles, pensé, y sin más me fui a dormir. El primer día había pasado tranquilo, en verdad, deseaba un día para mí mismo, un día sólo absolutamente reconfortante y necesario.
El segundo día
En algún momento de la mañana del día siguiente cayó una tormenta gigantesca, y hasta tal punto fue así que me desperté por los truenos. Decidí dormir más, al fin y al cabo estaba de vacaciones, desperté a las 12 del mediodía y fui de nuevo al bar de Emilio como hacía cada mañana.
Y de nuevo el bar estaba vacío, eran ya más de las doce, era raro que Emilio no estuviera a esas horas detrás de la barra, aunque lo que más me inquietó fue que también estaban las monedas del día anterior que yo le había dejado a cambio de cogerle las porras, al menos me parecieron en esos momentos las mías. Me resultó verdaderamente extraño pero, quizás Emilio las había dejado allí por despiste o eran las de otro cliente, sea como fuere y sin tener cambio ni querer coger estas monedas fui andando a otro bar más alejado para que me dieran cambio y poder comprar un paquete de tabaco. Lo mismo, otra vez, el bar vacío, las máquinas encendidas y nadie detrás de la barra, esperé y nadie llegó… desde luego no era mi día, ya compraría el paquete más tarde, subí a casa sin encontrarme con ningún vecino y de nuevo al igual que el día anterior hice la comida y me eché la siesta.
Tras la siesta recordé que tenía que ir a Madrid a comprarle un regalo a Lucía por su cumpleaños para cuando volviera a casa. Me fui hasta la parada de autobús andando. Daba gusto estar así tras la tormenta, es como si hubiera llegado la calma después de varios días de calor sofocante. No se veía un alma por la calle. Alcorcón daba una verdadera sensación de paz. Pasaron 10 minutos, 20 minutos, 30 minutos y allí no aparecía camioneta ni persona alguna, ni en la parada había cartel alguno indicando alguna situación fuera de lo común en la travesía o la frecuencia del recorrido de los buses. De mal humor pensando en la espera decidí coger el coche para ir a Madrid centro y aquí es donde desperté y comencé a ver que algo pasaba.
Salí del garaje y tomé la carretera de Extremadura, en la misma los coches se agolpaban a mi paso parados sin nadie en su interior. Estaban, como digo, completamente parados en medio de las calles y la autopista, como si la gente hubiera dejado estacionado allí a drede su vehículo, por el camino incluso tuve que sortear a unos cuantos. Lo nunca visto, yo no salía de mi asombro, y entonces llegué a Madrid capital, había llegado a Príncipe Pío, allí no había nadie tampoco, todo lo que veía eran autobuses y coches vacíos, como si todo el mundo allí se hubiera desvanecido de repente. Volvía entonces de nuevo el sol y el calor espantoso, era una escena extraña.
Estaba como en trance cuando mi primer impulso me llevó al centro comercial, nadie… las tiendas abiertas sin dependientes, las luces dadas y hasta el aire acondicionado puesto. Príncipe Pío era un auténtico desierto. ¡Principe Pío! Me empezó a entrar como pánico, si anteriormente sentía asombro, ahora sentía agobio. Sí, era verano pero Príncipe pío que estaba siempre a rebosar de gente (centenas de personas en cualquier época del año) ahora callaba en una soledad pasmosa fruto de los comercios y los puestos sin dependientes ni gentes que compraran o tomaran algo. Me llevé la mano al bolsillo del pantalón y llamé a Lucía para explicarle lo que estaba viendo en esos momentos… tras unos segundos angustiosos, aquel centro comercial parecía más un lugar abandonado y fantasmal, Lucía no lo cogía. Llamé al móvil de mi padre, dado que el de mi madre no solía tener cobertura, sonó el tono y le escuché por fin la voz, después de casi dos días sin ver ni hablar con nadie:
- Hola, ¿Qué tal? - dijo
-Bien - dije sobresaltado- está ocurriendo algo muy raro…
- La voz de mi padre prosiguió… - en estos momentos no puedo cogerte el móvil deja un mensaje en el contestador si quieres ponerte en contacto conmigo.-
Maldita sea, mi padre había puesto su voz en el contestador de su teléfono, no dejé en ese momento contestación alguna y miré el whatsapp a ver si podía contactar con alguien, nadie estaba en línea…. es como si todos estuvieran desaparecidos.
Me alarmé, pero me armé de valentía ante el nerviosismo que me provocaba aquella situación y recorrí de arriba abajo el centro comercial… tiendas de alimentación, de ropa, el cine, los bares, los restaurantes, la nada…me paré de nuevo y llamé a la policía, nadie me cogió el teléfono pero aún así decidí dejar un mensaje en el contestador dejando mi número de fijo y de móvil.
Tomé de nuevo el coche que estaba aparcado en la rotonda y me dirigí haciendo el camino inverso a la comisaría de Alcorcón, de nuevo todo el recorrido estaba lleno de coches parados, con las puertas cerradas en medio de la autopista y vacíos. En el edificio de la comisaría no había nadie. Nadie en Alcorcón, nadie en Madrid, nadie por las carreteras, solo coches unos detrás de otros parados sin gente.
Tomé el coche de nuevo desde la comisaría hasta el aparcamiento de al lado de mi casa y volví solitario andando a la misma. Encendí el televisor, algunas cadenas de las más conocidas no emitían absolutamente nada, otras sin embargo emitían películas programadas con anterioridad. Miré el reloj, eran las nueve menos cinco de la noche y esperé al telediario… El telediario –pensé- siempre se suele emitir en directo, al menos algunos telediarios lo hacen así. La nada de nuevo, de repente las cadenas de televisión que emitían películas o programas en diferido cuando llegó la hora del parte la televisión quedaba en neblina, como cuando no sintonizas ningún canal.
A la radio le pasaba lo mismo, algunas emisoras emitían música programada con anterioridad, otras habían desaparecido del dial y los informativos que se daban normalmente a cada hora en directo sencillamente no existían quedando cuando trataba de sintonizarlos todo en silencio.
Volví a mirar la pantalla del móvil, nadie en línea en whatsapp, nadie… pero lo más sorprendente es que todos los contactos que tenía, que no eran pocos, no se habían conectado desde la tormenta ¿Yo? Yo no daba crédito, si lo acontecido en whatsapp era raro, aún más raro era Facebook. Nadie desde el mismo tiempo había mandado nada nuevo .Los foros de las páginas parados, los chats on line vacíos.
Dejé de mirar internet, recorrí mi edificio y edificios vecinos llamando casa por casa, todas las puertas estaban cerradas y nadie salió a abrirme, volví de nuevo a mi casa. Era ya de noche, sentí soledad, estaba cansado, estaba cansado y sólo. Cerré la puerta con doble llave, tenía miedo y me tumbé en la cama pero no cejé en el empeño de seguir llamando y mirando las redes sociales, mientras nada cambiaba en ellas y nadie me contestaba a las llamadas que hacía o mientras dejaba mensajes de voz en los contestadores de amigos y familiares a ratos seguía mirando la televisión del salón encendida y tuve, durante toda la noche, la radio puesta. Así pasé la noche, ni páginas nacionales ni extranjeras que emitieran algún tipo de comunicado, ni foros, ni chats de mi país ni de fuera. Sentado frente al ordenador tratando de saber qué estaba ocurriendo, la luz del día se puso en mi espalda, ya amanecía… ¿Qué diablos iba a hacer ahora?
Viaje al pueblo
En el tercer día vislumbré el camino a tomar… di unas vueltas por Alcorcón con el vehículo, recargué gasolina al coche y fui de nuevo a comisaria, después fui a la casa de mi primo que vivía en un barrio también de Alcorcón. Todo seguía igual, así que decidí ir ahora con mi coche a Extremadura, a mi pueblo, a ver a mis padres y a mi hermana.
La travesía se me hizo horrorosa, después de lo visto, algo me decía que algo no iba bien con ellos tampoco, era una travesía disparatada, tenía sueño de no haber dormido pero gracias a Dios el pueblo estaba a dos horas de Alcorcón. Los semáforos camino a Robledillo funcionaban al igual que los de Alcorcón, su sistema automático ya de nada valía, ninguno coche se movía conmigo. Nadie, aquí no queda nadie.
La travesía la hice en menos de hora y media aún sorteando los coches que quedaban parados en la autopista, corrí todo lo que pude y apresurado por saber qué había pasado con mi familia llegué a mi casa de campo. El desayuno estaba en la mesa de fuera, intacto, como si nadie lo hubiera tocado, el café estaba frío así como las tostadas, vociferé y la voz se extendió por toda la casa incluyendo la parte de arriba, nadie contesto, subí las escaleras, registré sin resultado alguno, la puerta principal de la casa estaba abierta, las ventanas abiertas, los móviles de mis familiares encendidos sin ningún tipo de señal de haber sido utilizados. Afuera en el patio un gato salvaje me miraba. Es como si mi madre hubiera comenzado a preparar el desayuno y antes de que hubiera podido llamar a los demás para tomarlo algo debió pasar…. un cenicero permanecía junto al desayuno con agua en su interior, había llovido hace poco al igual que en Madrid y todo apuntaba a una gran cantidad de agua en tormenta.
Antes de coger el coche de nuevo, di una vuelta por todo el pueblo a pata: el bar, mi finca, las calles más transitadas, la iglesia… todo callaba, desesperado, asustado, triste e inquieto por el recuerdo de mi familia desaparecida dirigí mis pasos a mi casa de campo. Fue cuando en la calle que sube a mi casa escuché un ruido a lo lejos. Entre el asombro y el recelo y siendo el tercer día en que no lograba contactar con nadie corrí hacia aquel ruido, era un llanto... Tiene narices pensé, después de todo, lo primero que escucho después de esta locura es un llanto. ¿Qué está pasando?
Me acerqué, doble la esquina de la calle, un perro, un pequeño pastor alemán caminaba arrastrando una cadena y era la propia cadena la que hacía ruido contra el asfalto. Me acerqué, era precioso, lo reconocí en seguida, era el pequeño pastor alemán de mi vecino. Le llamé por su nombre “Jimbo”, empezó a agitar la cola, andaba solo, merodeaba en torno a la casa de su dueño y lloraba imagino fruto de la desaparición del mismo, me sentí agradecido de verlo. Fui a mi casa a coger un hacha que tenía mi padre para la leña, regresé y la emprendí a golpes contra la puerta de mi vecino hasta que la abrí. Registre el interior volví a salir. Aquello era un pueblo fantasma, tras revisar de nuevo Robledillo me dirigí a los lugares más transitados de la Vera y desolado por no encontrar a nadie regresé de nuevo a Alcorcón…
- Dios mío ¿Qué está ocurriendo? ¿Dónde están todos? ¿Dónde está mi familia? La sola idea de que mi familia tampoco estuviera allí y no diera señales de vida me hizo acurrucarme en la cama. Pensé desesperado en silencio, ningún ruido se escuchaba, sin embargo algo de luz vino a mi alma, esta vez se me había ocurrido algo que tal vez haría que tuviera contacto con alguien, me daba igual quién fuera.
Buscadme vosotros
Encendí de nuevo el ordenador, tomé la libreta y escribí una lista de teléfonos internacionales y nacionales, tanto de socorro como de entidades bien conocidas, fui llamando a un teléfono detrás de otro, contestadores, o teléfonos sonando y nada más. Entonces, tras esto, tuve la mejor idea que había tenido hasta la fecha en aquellos días pasados, por primera vez en vez de buscar yo a algún ser humano pensé en que fueran ellos los que me buscaran a mí... Cayó la noche y dormí lo que pude, mañana sería un día distinto y si había alguien en Madrid desde luego que iba a dar conmigo...
Amaneció, tomé el hacha que había cogido de la casa de mi pueblo y fui camino de Madrid capital, una vez en el centro de Madrid saqué mi libreta, y tomé de ella el primer destino que había apuntado durante la noche a través de internet. Se trababa de una central de Bankia, una cadena de bancos de la ciudad. Llegué a la dirección en concreto y allí estaba una de las sedes más importantes, la puerta estaba abierta, entre dentro y me lie a hachazos contra los cristales blindados y los cajeros, contra todo, sí, se podría decir que descargaba mi tristeza y mi rabia a partes iguales, destrocé todo lo que pude mientras la alarma sonaba, sí, está claro que alguien vendrá a por mí, acabo de destrozar uno de los bancos más importantes de Madrid.
Tras dejar un papel con mi teléfono móvil y fijo me senté frente a la puerta central de aquel edificio. Cansado y sudoroso encendí un cigarro, de repente tuve la sensación de que las cosas saldrían por primera vez bien…
La alarma sonaba que daba gusto y sin lugar a dudas el sistema de seguridad automático conectaría con otros bancos así como con la empresa de seguridad, la policía, etc etc…. Sí, había armado un Cristo bueno y en unos minutos saldría de dudas.
¿El resultado? Ninguno, esperé una hora entera en la calle frente a la sucursal, pero no contento con eso me acerqué a más bancos y repetí el proceso y así pasé el día entero hasta que se hizo de noche… finalizaba así mi cuarto día.
Viaje a Cantabria
Amaneció de nuevo y con el mismo calor que hacía el día anterior por esas horas, como sabía del destino de Lucía fui hasta Cantabria para descubrir que había pasado allí, por la tarde llegué al pequeño hotel donde se hospedaba y toqué con fuerza la campana para que viniera el recepcionista o para alertar a quien allí estuviese, apenas el silencio roto por unos pájaros que trinaban en los árboles, con mi hacha fui rompiendo y abriendo las puertas de las habitaciones, dentro estaban los cuartos vacíos y las camas desechas, registre el hotel de arriba abajo, el salón, el salón comedor, los distintos pasillos, la zona de lavandería…. el panorama era desolador… tras esto me senté en uno de los sillones y encendí un cigarro… ni siquiera sabía a donde dirigirme ahora, a Lucía y a mi familia se los había tragado la tierra y al resto de la gente también. Sollocé sentando en aquel sillón desesperado.
Los años pasados
Han pasado diez años desde aquellos extraños primeros días y todo ha cambiado mucho desde entonces. He abandonado mi casa de Alcorcón y me he instalado en los alrededores de una estación de radio y televisión, emito para las grandes ciudades del mundo las 24 horas del día, en estos años no he recibido respuesta alguna de nadie. En cuanto a los medios de comunicación han desaparecido todos, la tele y la radio dejaron de emitir hace mucho tiempo. Sigo sólo y la soledad me come por dentro, así como el recuerdo y la desaparición de mis seres queridos, esto agrava más aún esta situación de desamparo. A pesar de que sigo instalado en Madrid he cambiado mi coche por una caravana, con ella he estado ocho años de mi vida recorriendo ciudades, pueblos, monumentos, iglesias y un largo etc. En definitiva, todos aquellos lugares que recorrí a lo largo de Asia y Europa no han dado resultado alguno. Me he abstenido de coger barcos y aviones, no he aprendido a pilotar nada aparte de mi utilitario y la caravana pues tengo miedo a morir ahogado o estrellado. El paisaje ha cambiado, al no existir seres humanos, la naturaleza le come terreno al asfalto. Me he hecho con armas y he hecho de mi compañero de viaje a Jimbo que me protege de la naturaleza y de los animales salvajes que pudiera encontrarme. Si bien es como si el ser humano hubiera desaparecido del planeta, los animales ya digo se abren paso y se multiplican sin la presencia del hombre, tanto es así que me da por pensar que de algún modo hemos sido castigados pero ¿Por qué? Bueno lo cierto es que debiera haber no solo una razón para ello, somos seres egoístas, tramposos, y de algún modo poco acordes al planeta tierra, sí, no es la primera vez que me da por pensar que hemos desaparecido como castigo al deterioro que causamos a la madre naturaleza, desde luego que si yo fuera Dios hubiera elegido matar a los hombres y dejar vivos a los animales para salvar mi creación, no sé quizás divago. ¿Lo cierto? Lo cierto es que a día de hoy no sé por qué estoy vivo y los demás no están aquí, es verdad que aún me sigue comiendo la cabeza si a lo largo de los pueblos, las ciudades, los países, los continentes, las sierras, los bosques quedará alguien.
La soledad propia y de forma prolongada me ha vuelto medio loco, lo cierto es que llevo diez años desde el primer día buscando de forma incesante… no, no voy a parar hasta que dé con alguien, no pienso parar. En mi desesperación he hecho de todo, he hecho saltar alarmas, como digo, emito por radio y televisión señales, viajo, busco en internet e incluso he pensado en la muerte. Pero no en mi muerte sino en la de los demás, quiero decir, en mi curiosidad he llegado hasta a profanar un par de tumbas de un cementerio… si bien no encuentro a nadie vivo, los huesos de los muertos siguen bajo tierra.
La muerte de Jimbo
14 años han pasado ya desde los primeros días… mi compañero Jimbo ha muerto, me lo encontré tirado en el suelo al lado de su plato de comida, sí, ha muerto de viejo pero me alegro de haberle dado una gran vida. Nunca había sentido que el mundo se me viniera tan abajo, de repente otra vez estaba solo de verdad. Era mi mejor compañero, tendré que suplir su ausencia pero nada volverá a ser lo mismo.
Aquel día de la muerte de Jimbo fui a sol a la plaza de sol e hice una gran hoguera con todo lo que pude y bebí hasta quedarme dormido al lado de la misma. Ya estoy tan desesperado después de estos días inquietos sin Jimbo que me estoy viniendo abajo. Además tengo un arsenal de armas en mi estación de radio y más de una vez se me pasa por la cabeza meterme un tiro. La soledad, esta soledad es ya casi inaguantable y con la muerte de Jimbo se acrecienta aún más, pero no puedo tirar las armas que me protegen del entorno y me proporcionan seguridad, digamos que estas se están convirtiendo en un arma de doble filo, al mismo tiempo que me protegen, las veo como una manera para acabar con todo. De todas formas desde aquel día de la muerte de Jimbo he comenzado a beber, si no me matan las armas va a matarme el alcohol.
¿Estáis ahí?
Han pasado más años, hoy es el día de mi cumpleaños y todo sigue igual, en mi delirio y en medio de esta soledad terrible me canto a mí mismo el cumpleaños feliz y abro una botella de whisky nueva. Soy un borracho, un alcohólico solitario sin nada ya mejor que hacer que deambular haciendo eses por las calles. No solo estoy perdiendo el control sino además la esperanza de encontrar a nadie. En mi desesperación he decido ir un paso más allá. De un tiempo a esta parte he cogido libros de la biblioteca, libros de esoterismo para hacer la mayor de las locuras, porque para mí intentar conectar con el mundo de los muertos me parece una tontería, pero soy un vagabundo borracho que canta y da paseos solo y estoy, como bien digo, desesperado por hablar con alguien, ya no puedo más.
Sí, he llegado a hacer la ouija, mi vaso y mi tablero, mis muertos, mi familia muerta no me dice nada desde el otro lado, aquí nadie dice nada. Como con este método tampoco he logrado nada he tirado con fuerza de la misma rabia la tabla de madera contra el televisor, cuya pantalla ha quedado hecha añicos. Vivo como una especie de vagabundo sí.
Último mes de noviembre
Este mes de noviembre está siendo crítico para mí, tengo como siempre alimentos y bebida en abundancia pero me falta la comunicación con otras personas como siempre. Desde que he empezado a beber ya ni voy a la estación de radio a ver si he hecho contacto, estoy empezando a perder la esperanza, son muchos años ya igual, y es como si el demonio se metiera dentro de mi cuerpo, realmente me estoy volviendo loco de estar tan sólo.
Aquello que hice de la ouija no ha valido para nada, eso son chorradas para quinceañeros sin nada mejor que hacer. Llevo ya mucho tiempo bebiendo a solas, y ahora vivo en un cuarto desordenado y sucio, me estoy dejando morir, pasan los días y me debato entre el tabaco el alcohol, las cartas y las películas de ordenador. Ya ni quiero viajar, ya no quiero seguir buscando más, tengo la sensación horrible de estar sólo en el mundo.
LLaman a la puerta
Diez días han pasado desde que hice la ouija y ya nada parece tener sentido, arrastro desde hace años y desde la muerte de Jimbo una fuerte depresión que ahora es acrecentada por el alcohol. Ya paso días y días enteros sin salir de casa. La cosa es sencilla, me quiero morir. Si no aparece nadie quiero acabar ya con esto. Es un día más como otro cualquiera un día más en el que todo torna a peor. Se hace de noche y me voy a dormir.
De repente ha pasado lo impensable, unos fuertes golpes han sonado en la puerta, miro el reloj de mi ordenador y tengo el corazón que me está dando un vuelco, me quedo en silencio, y no se oye nada y atribuyo esto a la locura de mi cabeza…
Pompompom, otra vez golpes en la puerta, esta vez sí lo he escuchado claramente, mi corazón va a cien por hora, después de tantísimos años... ¡¡Golpes en la puerta!! cojo la escopeta y me dirijo a la entrada y aquí acontece la sorpresa…
Miro por la mirilla, es un macho cabrío… de la misma impresión me quedo boquiabierto, entonces se pone a dos patas y mira a través de la mirilla. En sus ojos se denota inteligencia y maldad, del mismo susto he dado dos pasos atrás y me he caído de culo al suelo, pero me levanto y grito ... ¡¡hijo de puta!! algo me dice que aquello que está detrás de la puerta es el causante de mis desgracias.
Abro la puerta con valentía y comienzo a disparar como un loco, allí no hay nadie ni nada.
Buscando una salida
Desde ese acontecimiento me he mudado de vivienda por puro miedo ¿Qué diablos era aquello que vi? Sigo con mi tabaco, mis botellas de alcohol y mi depresión, tengo una paranoia tremenda con el macho cabrío y hasta sueño por las noches con él. De repente y después de un mes tras aquel incidente vuelven a llamar a la puerta por la noche, otra vez tras la mirilla ahí está a dos patas mirándome y resoplando, aquello no puede ser fruto de mi imaginación. De repente, parpadeo detrás de la mirilla y aquello desaparece….Me voy a la cama y me acurruco con miedo hasta quedarme dormido….
Me despierta el sol en la cara… ya no puedo más, me levanto me voy al servicio y allí me miro en el espejo. Ya no soy ni la mitad de lo que era desde que me quedé sólo, así que cojo mi escopeta y vuelvo al servicio. Me miro con ella en la mano en el espejo, el macho cabrío ahora está detrás de mí y veo claramente su reflejo en el mismo espejo donde yo me miro. Pongo la escopeta contra mi boca, ha llegado mi hora, no aguanto más, es hora de dispararme a mí mismo… el diablo ha podido conmigo y es hora de reunirse con mis familiares y amigos…. ¡Quiero ser libre!
17. PRUEBA DE CARDIO
No se le oye latir al corazón… sí, el doctor dice que late, que se le oye bien… incluso la prueba de cardio ha dado buenos resultados. Late con regularidad, con presteza, con fuerza y ahínco. Eso dicen los doctores que late bien, como toda la vida, como siempre, como hace muchos años…pero yo no le oigo latir. Creo que se paró en la juventud, aquella vez que siendo joven vi más que una vida por delante un calvario por el cual pasar.
Sí, si es verdad que al principio latía fuerte, no seré yo el que lo niegue, pero luego ya fue cuando… yo creo que desde entonces ya me latió irregular, y ese sería el menor de los palos…
Bueno he pensado que tal vez los médicos tengan razón, eso que dicen que mi corazón es tan fuerte ahora mismo como un roble, bueno pudiera ser que latiera bien, a lo mejor soy una de esas personas que se creen que están muertas y sin embargo viven, pero no de una manera tranquila, pausada y con sentido sino más bien a trompicones.
Ni siquiera estoy seguro, a lo mejor me habré quedado sordo, eso me dijo el doctor... que si no escuchaba los latidos desde el fonendoscopio bien podría haber sufrido una pérdida de audición.
Así que he decidido irme al otorrino, que tras verme me ha dicho que oigo bien, como siempre, como toda la vida, como hace muchos años…, yo le he respondido que aún así yo no oigo ni sístoles, ni diástoles… que no oigo absolutamente nada y que tomarme el pulso tampoco ha valido de mucho.
¡¡Ah!! dijo señalando directo a mi pecho donde no se oía nada…
No se preocupe, esté usted tranquilo, es que usted vive en un mundo y en un universo básicamente vacío, sin sentido y… ¿Es que no sabe usted que por el vacío no se propaga ni la vida ni el sonido?
No, le dije…
Y con estas señaló a la puerta y dijo… salga usted por ahí…
Tras de mí, vociferó… ¡¡Qué pase el siguiente!!
Y así me fui andando, sin mayor respuesta, sin escuchar mis latidos y pensando en mí como un número más del DNI, como un número más de la Seguridad Social, como un número en la cola del mercado o el médico, y así me marché andando y con el único sueño de futuro que se me venía ahora a la cabeza… caminar por caminar, sí, caminar por caminar, sin sentido alguno, sin esperanza, caminar como caminaría un robot entre robots por el espacio vacío mientras los demás le señalan al pecho y le dicen, pues tu corazón suena fuerte y regular.…como siempre, como toda la vida.
18. EL CLAN DE LAS LENTEJAS PRISIONERAS (relato para el concurso tierra de campos)
La primera vez que las sabrosas lentejas fueron sacadas del tarro fue la alegría más grande de todas, incluso más que cuando estaban en los campos de Mayorga. Habían pasado tantas noches y días juntas, apretadas y aburridas tras aquellas paredes de cristal que más de una estaba, de tanto encierro, enloquecida. Pero no hay mal que cien años dure… el dueño las iba a liberar. Tras tanto sufrir por la falta de espacio y quietud las había prometido un baño con burbujas relajantes y después, tras una reunión en un plato al aire libre, las había dicho que pasarían en grupos a la diversión de los recovecos de los toboganes que había en su cuerpo. Aquel día, después de tanto tiempo de espera, la más sabia y vieja de todas las lentejas que allí estaban, la única que sabía que tras los toboganes venía la muerte pensó: “Y mejor sigo callada sin contar nada, si van a morir que por lo menos disfruten los últimos minutos sin miedo y no las quiten lo bailado”. Cuando la tapa del tarro se abrió un grito de júbilo al unísono recorrió la despensa mientras el dueño de la casa se relamía.
19. EL RELOJ
DÍA 1
Me preguntáis de qué reloj os hablo y os voy a responder. Todo sucedió el día en que mi reloj de pulsera se estropeó. Aquel domingo lluvioso, sin nada mejor que hacer, me quedé en casa. Lo cierto es que en los días lluviosos solía leer y hacer limpieza. Vivo, o mejor dicho vivía, solo con mi hija adolescente y un gato negro. Soy viudo.
En ese día lluvioso, el domingo en que todo comenzó, mi hija se había ido a pasar unos días a la casa de su novio y yo aproveché la soledad de mi propia casa para volver a ordenar el desván.
Antes de la limpieza del mismo había pensado en comprarme un reloj nuevo; pero, en el transcurso de esta limpieza, encontré el reloj de bolsillo y cuerda que marcaría, a partir de aquel momento, los sucesos más asombrosos que había vivido jamás.
Ahí estaba, dentro de un baúl entre un montón de papeles... viejo, hermoso, dorado y con una pequeñísima inscripción en la parte trasera que decía “Richard Weber” ¿Sería este su propietario? pensé. Era una joya antigua de quien sabe qué antepasado mío o, al menos, en relación con alguno de ellos. Nunca lo llegué a descubrir del todo.
Lo cierto es que ese reloj jamás lo había visto en el desván. Hasta ahora había pasado desapercibido en anteriores limpiezas. No relucía aún, permanecía cubierto de polvo y, aparentemente, con todas las piezas sin rasguño alguno. Decidí darle cuerda pero no funcionaba y pensé llevarlo al día siguiente al relojero. Aquel reloj, aunque viejo, parecía de buena calidad.
DÍA 2
¡Excelente y antiguo reloj, señor; de estos ya no se fabrican! Es un HANGZHOU de 1914, alemán, de movimiento mecánico y cuerda manual. Déjeme que lo abra por dentro. ¡Ohhh! - dijo el relojero - la maquinaria permanece casi intacta, después de tantos años solo le falta una pieza, es sin duda una joya. En estos días miraré en el almacén a ver si puedo conseguirla. Venga usted dentro de una semana a la tienda y le digo si he podido arreglarlo.
Transcurrida la semana, nada más verme y sin mediar palabra, el relojero sacó del cajón el reloj. Estaba brillante, dorado, hermoso y funcionando perfectamente. Le pagué la reparación y fui a casa con él en el bolsillo, frotándolo como si fuera una especie de lámpara maravillosa.
DÍA 3
La primera vez que ocurrió algo en relación con el reloj fue en la estación de trenes de mi ciudad. No pasé nervio alguno, sencillamente atribuí el suceso a la antigüedad del objeto.
No os lo he dicho, soy científico y me habían destinado el lunes próximo, por motivos de trabajo, a un laboratorio en una ciudad cercana a la mía.
Llegado el lunes, con mi reloj arreglado en el bolsillo, corrí por la ciudad apresurado para coger el tren. Cuando llegué a la estación el reloj estaba un poco mojado y fue cuando empezó a gotear sangre. Si, habéis leído bien... ¡sangre!. Cosa que sé ahora pero que no supe entonces. Como os digo, no me pareció sangre en un principio y no me asusté, mi mente trató de buscar una explicación racional que, aunque un tanto disparatada, en aquel momento me pareció válida y normal. ¿Qué explicación le di? Pues que quizás al ser un reloj antiguo tuviera la maquinaria por dentro algo de óxido ferroso que al contacto con el agua parecía gotear el líquido humano. Sera nada más que óxido ferroso, tendrá piezas oxidadas – me dije – Y así sin más, y bajo estos pensamientos erróneos, limpié con el pañuelo el reloj mientras veía que seguía funcionando.
Dirigí mi mirada a los indicativos de salida de trenes y fue entonces cuando se anunció que mi tren no saldría, habían cancelado mi viaje. Pregunté en taquilla por qué y me respondieron que el anterior tren, que iba por la misma vía, había descarrilado y habían muerto 70 viajeros. Pero... ¿Tenía que ver este accidente con lo ocurrido en mi reloj?
Llamé desde la estación a mi contacto de trabajo para avisar que no podía moverme hasta que no retiraran los cadáveres y el material ferroviario de la vía. En taquilla me dijeron que regresara unos cuatro días después para cuando la vía ya estuviera despejada. Volví a mi solitaria casa sin más. Mi hija seguía en casa del novio.
DÍA 4
A la mañana siguiente me llevé el susto más grande de todos. En el banco que hay al lado de mi casa, cuando salía de comprar el pan, se estaba cometiendo un atraco. La policía interceptó a uno de los ladrones que quedó muerto por un disparo y desangrado en el suelo. Atónito vi como la policía corría tras el otro ladrón mientras delante de mi yacía, ya muerto, el ladrón abatido. El reloj comenzó a gotear sangre de nuevo ¿Cómo era posible que el reloj goteara líquido alguno desde dentro? No llovía como el día anterior en el que corrí a la estación de trenes y ningún reloj de ese tipo llevaba tal cantidad de líquido rojo dentro, tan solo un poco de engrase negro para las distintas piezas.
Tras el suceso del banco, de nuevo sequé el reloj con un pañuelo y me dirigí, aún con el susto, a casa sin saber muy bien qué estaba pasando.
¿Qué diablos goteaba del reloj? Fui corriendo hacia mi cada y de un portazo cerré la puerta, saqué el microscopio y puse el pañuelo en él. ¡Ahí estaba para mi asombro, ahí estaba como algo que yo jamás había visto, ahí estaba para mí, ahí estaba para el científico ateo que nada más creía lo que sus ojos veían! ¡Sangre! A diferencia del día anterior en la estación de trenes esta vez pude comprobar por mi mismo de qué se trataba.
De la emoción y de la propia impresión ni siquiera había caído en el pañuelo con el que sequé el reloj en la estación de trenes. Estaba en el cubo de la ropa sucia para ser lavado. Corrí a por él y, tras quedarme en la silla anonadado un rato, lo coloqué bajo mi atenta mirada al microscopio. Misma visión, mismos resultados ¡Sangre! De la propia impresión se me abrió la boca y me la tapé con la mano en un acto reflejo. Sí, tanto en el accidente de tren como en el atraco, de mi reloj, de mi antiguo reloj ¡había brotado sangre!
El siguiente paso era averiguar quien o qué era la inscripción que tenía el reloj. Encendí el ordenador, aún falto de respiración y palpitando como un loco, tecleé el nombre y el apellido de “Richard Weber” ¿Cuál fue el resultado? Ninguno. Google no me devolvió respuesta alguna. Intenté en otros buscadores y metabuscadores y no logré averiguar absolutamente nada de la inscripción que tenía en la parte trasera. Aquel nombre y apellido no aparecía en internet. Mi esperanza se había disipado. “Richard Weber”, fuera una persona, una empresa, una marca o un objeto o lo que diablos quiera que fuera, había pasado a la historia sin más.
¿Sin más? Claro que no, recordé lo que me había dicho el relojero, que era un reloj alemán de 1914. Tal vez la respuesta al enigma de la inscripción estaría en la Primera Guerra Mundial, al fin y al cabo fue el año de su comienzo. La sensatez me dijo que si algo iba a encontrar respecto a “Richard Weber”, fuese lo que esto fuese, estaría en un archivo relacionado con la Gran Guerra. Así que hice una lista de archivos alemanes y de archivos de mi ciudad, llamé a sus teléfonos y busqué por internet en sus bases de datos... ninguno de los archivos dio resultado alguno, sencillamente “Richard Weber” no parecía existir. Pero ya agotando las últimas posibilidades di con un archivo de mi propia ciudad, donde por teléfono me dijeron que tenían información disponible al respecto y que, tras rellenar la solicitud de forma presencial para acceder a los documentos, encontraría la información deseada.
Tanto buscar y rebuscar se había hecho de noche. Al día siguiente iría personalmente al archivo. Miré una última vez al reloj, con miedo, y me fui a acostar. Aquel reloj me daba verdaderos escalofríos. Una mezcla de escalofríos y curiosidad por los hechos acontecidos que ni hoy puedo explicarme a mí mismo.
DÍA 5
Me despertaron los rayos de sol. En el duermevela, en esa especie de inconsciencia que ocurre hasta que despiertas del todo, me sentí feliz. Desperté del todo, allí en la mesilla estaba el reloj... impoluto y limpio de la sangre que había manado. Ni yo mismo creía lo que estaba pasando y, por supuesto, no iba a contar a nadie lo ocurrido porque nadie me iba a creer.
Me duché, me vestí, desayuné y tomé el transporte hasta el archivo. Me hicieron rellenar la solicitud por escrito, alegué que se trataba de una investigación histórica y al enseñar mi carné de científico tuvieron a bien entregarme el expediente. Allí estaba yo, sentado delante de una carpetilla con documentos, absorto, asombradísimo. Abrí con gran expectación las tapas de la carpeta y con mucha atención comencé a leer. ¡Dios mío, Richard Weber! pensé para mis adentros. Toqué el reloj, lo froté dentro de mi bolsillo pero ya no con la ilusión que tuve al principio por tener una joya, sino con miedo por todo lo que me estaba ocurriendo.
A través de los papeles averigüé que Richard Weber fue un soldado alemán de la Primera Guerra Mundial cuyo padre, alcohólico, se había suicidado. Él murió por una bala que había recibido de un disparo enemigo ¿Tendría algo que ver lo del atraco en mi calle con la muerte de Richard? Al fin y al cabo, los dos habían muerto por balas. No conseguí mucha más información ni logré averiguar si yo tenía antepasados relacionados con él, es más, a día de hoy ni siquiera sé que hacía ese reloj en mi desván, pero todo parecía indicar que Richard había ocupado, en los tiempos de la Gran Guerra, una casa en la misma calle que yo por lo que, de alguna manera, intuí que lo más probable es que hubiera tenido algún tipo de relación con mi familia en el pasado o que incluso formara parte de esta.
Cerré la carpeta del expediente, el mismo asombro me tenía como en estado de shock, así que para relajarme un poco decidí darme un paseo y comer al aire libre por una zona cercana a mi hogar.
Llegué a un parque próximo a mi casa, en mi mente se mezclaban pensamientos confusos. ¿Tal vez estaba ocurriendo que, a través del reloj, la maldición y tragedia de la familia Weber se estaba dando en mi vida? Pero si así era ¿Qué tenía que ver el accidente de tren?
Dando un paseo para despejar la cabeza, un coche que pasaba por delante de mí sufrió un accidente. Uno de los ocupantes del vehículo salió despedido dándose un fuerte golpe con la cabeza contra el asfalto y muriendo en el acto. El cadáver tenía también las piernas partidas. Miré el reloj, no sangraba, esto me calmó un poco, pero las manecillas marcaban exactamente la misma posición de las piernas que el cadáver. Aquello me causo pavor, la hora era clara, las dos menos cuarto. Decidí, tras tanta desgracia y una vez socorrido el accidente, irme a mi casa y tomar cartas en el asunto.
Aquello era horrible... mi casa solitaria, el reloj, el maldito reloj encima de la mesa, yo mirándolo y el terrible vacío de mis pensamientos. Desde que había arreglado y puesto en marcha el reloj habían sucedido, en tres días, tres accidentes distintos con un buen número de muertos de por medio. De alguna manera mi reloj estaba dando cuenta de la sangre derramada, el tiempo que marcaba aquel reloj estaba encharcado, mustio y rojo ¿Qué podía hacer yo para evitarlo?
¡Tres accidentes en tres días! Tengo que acabar con esto – pensé- y fue entonces cuando vi claro el camino. ¡Iba a romper el reloj con un martillo! ¡Iba a destrozarlo! Porque tal vez, el mismo sea el causante de todas las desgracias ¡Sí, es como si la muerte rondara a mi alrededor sin que yo pudiera hacer nada!
De repente, en un acto de miedo y de valentía al mismo tiempo, atravesé la estancia para acercarme a la caja de herramientas. De la misma cogí el martillo y cuando lo sostuve en alto para dar un martillazo al reloj y destrozarlo ¡Sucedió! ¡El reloj se había parado!
Sentí un alivio tremendo al principio y luego me empezó a carcomer la cabeza una duda ¿Acaso el reloj estaba marcando mi propio tiempo de vida y al pararse alguna desgracia que acabara con mi vida me iba a pasar? Rápidamente me tomé a mí mismo el pulso. Mi corazón latía verdaderamente rápido pero no daba señales de debilidad alguna. Permanecí cinco minutos sentado y aterrado ante la posibilidad de mi muerte.
Ni siquiera sabía qué debía hacer ¿Debía darle cuerda de nuevo e intentar que funcionara o por el contrario debía dejarlo tal y como estaba? O incluso ¿Debía destrozarlo con mi martillo? ¿Qué decisión sería la más acertada?
Pensé unos instantes, si el reloj ya se ha parado y sigo vivo es que no está marcando mi tiempo sino el de otras personas, el de la gente que murió en el accidente de tren, de coche y en el atraco.
¡Sí!, debo destrozarlo con el martillo para que no vuelva a hacer nada a nadie más. Extendí la mano y cuando me dispuse a destrozarlo llamaron a la puerta.
Miré por la mirilla, era mi hija adolescente sollozando. Abrí y de repente ocurrió la mayor de las desgracias.
Llorando dijo mi hija “Me ha dejado, Johan me ha dejado, lo hemos dejado” y corriendo tomó de un cajón que tenía una de mis armas de caza y apuntó a su cabeza.
Ahí estaba yo, viendo como Emily se apuntaba a la cabeza con mi propia arma.
¡Emily tranquila, Emily tranquila! Exclamé. Acto seguido se disparó.
Corrí hacía ella y la abracé, en el abrazo me llené de su sangre. La policía que custodiaba la seguridad del banco de mi calle, atraídos por el sonido del disparo corrieron hacia mi casa.
Dios mío pensé, me tomarán como un ladrón e irán a por mí. Así que cogí el arma con el que se había disparado mi hija y corrí escaleras arriba a la primera planta, con el fin de defenderme y esconderme.
Allí, presa del pánico, vi entrar a un par de agentes y se produjo un tiroteo, ellos empezaron a disparar y yo con ellos. Consegí matar a uno, mientras el otro me hirió en una pierna haciendo que perdiera el conocimiento.
LOS DÍAS SUCESIVOS
En los días sucesivos fui acusado de atentar contra la seguridad de la Policía de mi país y de atentar contra un agente por lo que fui condenado a muerte.
Hoy, 13 de Diciembre es mi último día. La hora programada para la ejecución son las 16:00. La misma hora que marca el reloj parado. Me están esposando para llevarme a la silla eléctrica, en breves instantes habrá acabado todo.
20. ¡TÚ ME OLVIDASTE!
El horror es algo terrible, es una especie de angustia tan viva dentro de uno que paraliza y mata hasta lo más profundo del ser. Todo aconteció un otoño, un otoño lluvioso que evocaba la tristeza y el mayor de los pesares, un otoño húmedo y cargado de hojas marrones que caían de los árboles.
El instituto era un lugar terrible para mí, si bien me traía gratos recuerdos de mi juventud alegre, también es verdad que con el paso del tiempo se había convertido en un lugar triste porque triste es la vida del que añora tiempos pasados y mejores.
No volví al instituto en 60 años. Jubilado y viejo, cansado por el trajín de los días y las faenas, aburrido y solo decidí dar un poco de alegría a mi alma y entretenerme tomando algunas clases de inglés para adultos. Fueron estos motivos y esta melancolía fruto de la edad madura la que me llevó a apuntarme a estas clases.
Apenas hay unos tres kilómetros de mi hogar al viejo instituto por lo que el primer día de clase decidí ir despacio y apreciar los colores de un otoño tan viejo como aquel bosque, no hay otoño que no sea melancólico y horrible para el alma humana.
Llamé al timbre del viejo instituto. Ya no era aquel lugar donde corrían los adolescentes o donde las parejas de jóvenes se besaban a escondidas. Aquel lugar fruto de la baja natalidad de los últimos años era prácticamente un lugar sin uso donde solo unos pocos viejos como yo daban de vez en cuando alguna clase. Las aulas estaban vacías, solitarias, los pasillos muertos y oscuros reflejaban ya mi natural juventud acabada.
Decidí sentarme en un banco que habían atornillado al suelo del asombroso lugar y esperar a mis compañeros de curso. Estos fueron llegando poco a poco y presentándose uno a uno, tras la reunión de estos alumnos, que como yo peinaban canas, subimos a la primera planta del edificio donde conocimos a la profesora…
¡Juventud divino tesoro! – Pensé - Era una muchacha guapa, joven, dinámica y resuelta. La clase transcurrió sin mayor incidencia y tras dos horas bajamos de nuevo al patio donde ya había caído la noche. Nos despedimos entre nosotros hasta la siguiente clase que ya jamás daría yo...
Quiero hacer un inciso para deciros que hay algo que me atrae de la oscuridad, no sé explicar qué es. Tal vez es en la oscuridad, la melancolía y la soledad donde me siento vivo, donde me siento realmente vivo. Ni siquiera logro entender porque me gusta estar solo alejado de todo el mundo, terriblemente acompañado únicamente del viento… cogí mi paquete de tabaco y cuando todo el mundo se había ido decidí dar un paseo solitario y observar aquel lugar después de toda una vida pasada.
¡Oh el viejo instituto, los primeros amores, las clases, mis profesores…. Mi libertad!¿Cuánto de mí queda de aquel adolescente ¿Cuánto? -
Y fue tras estos pensamientos en los que divagaba entre lo divino y lo humano, entre el tiempo pasado y mi futuro cuando una fría corriente de viento me azotó el cuerpo y la cara. ¡Aquellas ventanas, aquellas ventanas cerradas, aquellas puertas del mismo color que antaño vi, sí… la tristeza es algo terrible… la añoranza es algo… horroroso y agotador!
Entonces un ruido se escuchó tras el arbusto frente al cual me sentaba. No entendí al principio de qué se trataba, pensé en algún ratón de campo o algo así, lo cierto es que el ruido aumentaba y mi intriga aumentaba también con él…
Algo verdaderamente especial… el gato del conserje, el fabuloso gato persa que vi cuando vine a hacer la matrícula… cariñoso, amable, simpático y dulce. Le llamé por su nombre y se acercó tímidamente, estuve acariciándolo un rato mientras sostenía el cigarro en mi boca….
De repente una brisa más fría que la anterior recorrió mis entrañas en la noche oscura, fue con esta brisa cuando empecé a sentir, a pesar de llevar mi abrigo puesto, frío. Solté al gato, apagué el cigarro y me puse de pie para marcharme de allí. Y fue entonces cuando el gato cambió radicalmente de actitud, como de la nada, como si hubiera visto en mi algo que no le gustara.
¿Por qué este cambio tan brusco? ahora Wiscas me miraba como mira un demonio fijamente y me bufaba rabiosamente con el cuerpo encorvado. Daba hasta miedo, cuando ya pensaba que no podía ser peor aquel animal se abalanzaba sobre mi cara y comenzaba a arañarla. Como pude me deshice de él apartándolo de un manotazo que lo acobardó y lo llevó corriendo a través del jardín del instituto huyendo de mí.
Saqué un pañuelo y me limpié la sangre que salía de una de mis mejillas y salí andando por uno de los pasillos del complejo estudiantil mientras seguía el frío azotando mi cuerpo.
Extrañado y todavía aturdido por tan asombrosa conducta que no venía a cuento, aún soplaron más fuertemente estos vientos para, de una forma seca, abrupta y extraña parar creando un ambiente denso y desolador.
Una charca de agua fruto de la lluvia de la noche anterior se había congelado y encima de ella apareció un imposible. Abrí los ojos para ver lo que estaba en frente de mí, abrí los ojos para ver lo que mi mente trataba de procesar.
¡Un conjunto de niños me miraban fijamente mientras uno me señalaba sin cesar! Reconocí en seguida algunos de ellos, eran antiguos alumnos del colegio, algunos compañeros míos de hacía ya muchos años. No hacían nada, permanecían inmóviles, nada, sencillamente me miraban todos con expresión seria de quien no se sabe feliz, de quien tiene a alguien delante que no le gusta. Lo que más me aterrorizó fue sin duda el chico que me señalaba… sencillamente me señalaba todo el rato delatándome… intimidándome profundamente. No sé el tiempo que pasó, fueron apenas unos segundos y cuando volví a parpadear la imagen desapareció.
Asustado, salí corriendo por la callejuela, atravesé el jardín para ir a parar a las pistas de fútbol sala y baloncesto y entonces de nuevo otra aparición dantesca, terrible y horrorosa. En el mismo campo de fútbol sala en el que estaba, a apenas 20 metros, un niño sollozaba. Me quedé tan parado que no se me movían los pies. Vestía un abrigo oscuro, pantalón largo y andaba acurrucado sobre si mismo, me quedé tan parado ante aquello que no pude correr en ninguna dirección, la sorpresa y el susto fueron mayores cuando se descubrió la cara… era yo, yo con unos 15 años, al menos físicamente era yo, de repente a la figura de aquel yo pequeño le cambiaba la cara, ya no lloraba y me miraba con odio, con verdadero rencor. Sentí pavor al ver que al igual que el niño anterior me señalaba constantemente. Yo estaba tan asombrado y aturdido que no podía moverme del propio miedo y la cosa se puso peor cuando comenzó a hablar. De repente con mi misma voz de niño dijo:
-Tú, tú… ¿Qué has hecho?- Se produjo el silencio entre él y yo, tenía un nudo en la garganta y no pude contestar ante aquel espanto. Prosiguió con su voz - ¿Qué has hecho? ¿Qué me has hecho? ¡Tú me olvidaste!-
¡En ese mismo instante desde uno de los bolsillos interiores del abrigo sacó un cuchillo y comenzó a correr tras de mi por la pista!
Asustado pero consciente en todo momento salí huyendo, pero… ¿Qué puede hacer un viejo como yo ante un niño de 15 años? Nada. Me alcanzó, se abalanzó sobre mí, me tiró al suelo de la pista de futbol sala para clavarme posteriormente el cuchillo en el estómago.
Tras la primera acometida hubo un forcejeo que apenas duró unos segundos, aquel diablo tenía verdadera fuerza y consiguió clavarme de nuevo el cuchillo en mi pierna derecha pero con tan mala fortuna para él que pude darle una patada con la izquierda y fue entonces cuando desapareció de mi vista con el cuchillo en mano ensangrentado.
Me quedé asustadísimo y jadeante boca arriba con la tripa muy mal y con fortísimos dolores, de mi boca brotaba caliente la sangre y no podía respirar bien. Al mismo tiempo me era imposible levantarme o arrastrarme por los dolores y no podía gritar, solo emitía gemidos de dolor. Y es que aunque pudiera haber gritado el instituto a esas horas ya estaba vacío y las casas cercanas estaban lo suficientemente lejos como para que no llegara ningún sonido. Pasado cinco minutos me desmayé imagino fruto del dolor….
La peor noche que pasaré en mi vida, a ratos me desmayaba a ratos me mantenía consciente mirando alrededor por si algo o alguien apareciera para tratar de acabar con mi vida.
Toda la noche fue muy sufrida, terriblemente sufrida, incluso comenzó a llover y quedé empapado por el agua y la sangre que brotaba de las heridas. Lo último que recuerdo de aquella noche fue un último desmayo y despertar en el hospital.
Pasados diez días de aquel espantoso suceso supe que las clases se habían suspendido y se había precintado todo el centro en busca de pruebas o pistas. Se llegó a encontrar el cuchillo del apuñalamiento con mi sangre que según dijeron los investigadores era un cuchillo de la antigua cocina del instituto y nunca más se llegó a saber del asunto.
Alegué que me había apuñalado un niño y di, como no podía ser de otra forma, rasgos que no se correspondían ni hacían alusión a mi yo de quince años inventando los rasgos en la descripción. Al mismo tiempo tampoco quise explicar la visión fantasmal de los demás muchachos, de los cuales sí he visto a alguno paseando por las calles pero ya en su edad adulta.
Quería comentaros que no sé lo que aconteció esa noche, pero puedo asegurar que tengo cicatrices como recuerdo de lo acontecido, desde luego sea lo que sea lo que haya allí dentro, esos espíritus, esas visiones fantasmales, esos niños diabólicos odian a sus mayores con la mayor de las fuerzas de sus pequeños corazones. Ahora más que nunca no me olvidaré de mi infancia, aunque sea por las malas la tendré presente hasta que muera y descanse en paz.